Leí una crónica de Juan Guillermo Romero sobre el café en Medellín. Entre todo lo que comentaba Romero me llamó la atención una reseña sobre una pequeña cafetería en el sector conocido como El Hueco. Me di a la tarea de encontrarla porque los datos eran muy interesantes. Por ejemplo, se describía que lo que parecía una tienda normal, que podría pasar hasta por un bar sencillo, era en realidad una compra de café que saca de apuros a los cultivadores del grano en Medellín y los municipios aledaños. Según el informe, a la cafetería llevan los campesinos la cantidad que quieran, así sea un kilo se lo compran sin problema. Luego de dar algunas vueltas pude llegar a un parqueadero llamado El Galante donde podría ubicar el sitio que me interesaba. Así fue como encontré un lugar que pasaría desapercibido para cualquier parroquiano. Es una esquina con una ventana y una vitrina con fritos, algunas sillas plásticas, mesas metálicas y una barra donde atiende una mujer que despacha los pedido...
Inició en España hace casi 10 años. Por ser colombiano le preguntaban por café, entonces se metió en el tema. Investigó dónde podría aprender y barista Kim le enseñó en Barcelona. Al regresar a Colombia quiso saber más del tema. Intentó con el Sena, realizó varios módulos y pudo vincularse al Laboratorio de Café. Luego montó su propia tienda llamada Confite Café. Allí hizo alianza con Héctor Ramírez, caficultor de Santa Bárbara, padre de Wilfer Ramírez, otro teso. En su tienda, Julián y su esposa ofrecen café variedad Colombia amarillo y a veces se mezcla con castillo, es lavado, de muy buen perfil, con notas a chocolate, panela, caña de azúcar. “Le damos un tueste medio para que las personas lo sientan familiar”, dice el barista. En su tienda la filosofía son los momentos para compartir y entregar al cliente un café fácil de preparar y disfrutar. Con la experiencia Herrera llegó más lejos, por esto se enfocó en temas de preparación y los procesos de la finca. De ahí nace el Taller Bar...